Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1421
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 15 de abril de 1891
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 33, 781-785
Tema: Acta de Ocaña

El Sr. SAGASTA: No voy da discutir el acta de Ocaña, ni a apreciar los hechos que están completamente demostrados en el expediente y los que no aparecen demostrados, porque el Gobierno se ha empeñado en no acceder a nuestra reiterada petición de que se traigan aquí ciertos documentos necesarios sin duda para que, primero la Cámara, después la opinión pública, fallen este pleito y con pleno conocimiento de causa; no voy a entrar en esta tarea, porque la ha desempeñado de una manera admirable mi distinguido y querido amigo el Sr. Gamazo, y, realmente, yo no podría hacer mas que repetir sus argumentos quitándoles aquella lozanía y aquella claridad que les da la elocuencia característica del Sr. Gamazo. Además, la conducta de la mayoría en el fallo de las actas me ha convencido de que no deben encaminarse nuestros esfuerzos a demandar justicia, sino a poner de manifiesto ante el país la [781] sinceridad, el patriotismo, el amor al sistema monárquico constitucional con que este Gobierno ha planteado el sufragio universal, cu cuya tarea no parece sino que se ha propuesto que aumenten los vicios y las faltas de que adolecía el cuerpo electoral, en vez de corregirlos y de procurar que el sistema parlamentario entrara, como la opinión pública esperaba, en una nueva era de regeneración y de prestigio, que tan beneficiosa seria para dar mayor fuerza y mis vigor a la institución monárquica.

El acta de Ocaña viene, en realidad, a sintetizar la política electoral del Gobierno y ti desmentir de antemano y de una manera terminante las dos únicas declaraciones graves y de importancia que viene haciendo desde que las Cortes están abiertas, siquiera no está constituido aun el Congreso. Recordad que en el discurso de la Corona se proclamaba la necesidad de que los partidos monárquico-constitucionales se guardaran reciproco respeto y mutua consideración en sus relaciones políticas, para impedir que por sus diferencias se debilitaran sus fuerzas ante los adversarios de las instituciones vigentes.

Y esto lo proclamaba el Gobierno, cuando, en muchos distritos, como habéis oído, y entre ellos en el de Ocaña, se fulminaban, se emprendían y se realizaban las persecuciones más sañudas, las persecuciones más rencorosas que registran nuestras discordias políticas, contra hombres importantes. También debéis recordar que todos los días nos dice el Sr. Ministro de la Gobernación, con el mayor aplomo, que en estas últimas elecciones se ha verificado un gran progreso y que son aquellas en que menos se ha hecho sentir la, acción del Poder central, cuando precisamente a la, acción del Poder central son debidas las ilegalidades, los atropellos de todo género, cuya denuncia hemos estado presenciando durante mes y medio en la discusión de las actas.

Pero si no son debidas a la acción gubernamental, entonces es peor; entonces habrá, que convenir en que hemos estado entregados a la anarquía más pavorosa, al capricho de los gobernadores y de los jueces, puestos al servicio de las pasiones de localidad v del caciquismo más repugnante.

¡Que ha habido progreso en estas ultimas elecciones!, ¡Ah Sr. Ministro de la Gobernación! Si S. S. cree eso, yo tengo el sentimiento de decirle que S. S. se cierne en engañosas ilusiones, Lo que ha habido en estas elecciones, es un gravísimo y triste retroceso de consecuencias mas tristes todavía, porque serán difíciles de remediar. Y la cosa es clara, señores. Todos lamentábamos los vicios de que adolece el cuerpo electoral; todos, al parecer al menos, creíamos que había que poner cortapisa a estos vicios; todos creíamos indispensable regenerar el sistema electoral y los males a todos imputables. Y se hizo una nueva ley electoral, que no tenía sólo por objeto la universalización del sufragio, sino que tenía por objeto también purificar el sistema parlamentario y regenerar el sistema electoral.

A esto hemos contribuido todos cuanto hemos podido; todos hemos procurado examinar los vicios de que adolecía el cuerpo electoral, y los males que en anteriores elecciones se manifestaron, para que no volvieran a cometerse; resultando de nuestro estudio una ley verdaderamente casuística, pero, eficaz para el objeto que nos proponíamos, que era el remedio de los males pasados. Pues bien; todas las precauciones que adoptamos, todos los recursos que en la ley pusimos, han resultado inútiles.

En vano agotamos todos los medios imaginables al hacer la ley electoral, y después, como retaguardia, por si todo eso no fuera bastante, establecimos nuevas garantías en la ley de los Diputados, en el Reglamento: todas esas precauciones han resultado ilusorias en el cuerpo electoral, y, lo que es peor, han resultado ilusorias en et Congreso; y se han repetido en estas elecciones todos los vicios, todos los males, todas las tropelías, todas las falsificaciones, todos los pucherazos, todas las actas en blanco que hayan podido denunciarse en todas las demás elecciones. ¿Para qué, pues, se ha hecho la ley del sufragio? ¿Para que hemos establecido este nuevo estado de derecho? Si esos males no se han evitado, y el Gobierno no ha hecho nada por evitarlos, ¿dónde está el progreso que S. S. ha realizado en estas últimas elecciones?

Todavía, si el Gobierno, si el Sr. Ministro de la Gobernación hubieran hecho estas elecciones con el mismo instrumento con que Gobiernos anteriores hicieron las pasadas, podían establecerse términos de comparación para examinar si las elecciones ultimas eran mejores o peores; pero si se trataba de poner en ejercicio un organismo nuevo, en el cual el legislador había puesto todo empeño para impedir los males de elecciones anteriores, ¿por qué y cómo se han repetido aquellos males? Se han repetido, porque el Gobierno no se ha hecho cargo del estado del país, ni se ha hecho cargo de que la nueva ley electoral, no sólo estaba hecha en favor de la libertad y del derecho de los ciudadanos, sino en favor de las instituciones que nos rigen; porque habíamos hecho una ley que, bien practicada, sinceramente planteada, abriría las puertas a la política mas conveniente para la mayor firmeza y garantía de las instituciones monárquicas y constitucionales. Esa sería la ley que, bien practicada, daría al Poder moderador una pauta, una orientación que le sirviera para la resolución de las dificultades que a todas horas le asaltan; esa ley le serviría de guía para no continuar navegando en la oscuridad, y para impedir que, a pesar de sus nobles propósitos y de su buen deseo, se vea expuesto a chocar contra los escollos de las impaciencias de los unos, de las impresionabilidades de los otros, de las intrigas de muchos y del egoísmo de todos. (Muy bien).

Pues bien; el Gobierno de S. M., en vez de considerar esto, en vez de seguir esta política salvadora y de hacer todo lo posible para que el sufragio universal hubiera sido planteado con completa sinceridad, arrojando aquel sistema desacreditado y ya peligroso de los moldes antiguos y olvidando resabios pasados y malas prácticas a todos imputables; en vez de procurar la sinceridad en el planteamiento de las leyes, y sobre todo, en el planteamiento de la ley electoral, ha preferido continuar aferrado a la política antigua, rutinaria, inservible, y no sólo inaceptable, sino peligrosa del encasillamiento de candidatos, del envío de delegados, de la suspensión de concejales, del procesamiento de Municipios y hasta de la persecución y encarcelación de todo aquel que no quiere someterse ni se doblega a las malas pasiones del bárbaro caciquismo. (Rumores en la mayoría. Aplausos en las minorías). No me molestan las interrupciones de la mayoría, y además, declaro que me costa-[782] ría mucho trabajo reñir con ella, porque algunas veces, cuando me siento en estos bancos y miro distraído a los bancos de enfrente, digo: ¿Si me habré equivocado? ¿Si sería allí donde debiera haberme sentado, en lugar de hacerlo aquí? Y necesito volver la vista hacia mis amigos de siempre, para convencerme de que estoy en mi sitio. (Risas). Señores diputados, hay en esos bancos tantos que han tenido la bondad de ofrecerme su ayuda en mis tareas gubernamentales, que, francamente, no tiene nada de extraño que algunas veces me suceda lo que he referido. Así es que estoy obligado, por gratitud, a no molestaros, es mas, no pienso hacerlo nunca; es necesario que las mayorías sean muy injustas conmigo para que yo riña con ellas; yo combato siempre y discuto con el Gobierno.

Pero ya que parece que os ha ofendido la palabra caciquismo, debo haceros una advertencia en la que sin duda no habéis caído, ni creo que en ella ha caído el país, y es, que uno de los males de que adolecía principalmente el cuerpo electoral era el caciquismo.

¿Qué ha hecho este Gobierno para matar el caciquismo, para aminorar, ya que no destruir, el caciquismo? Pues lo que ha hecho es elevarlo a la categoría de elemento oficial y ponerle el tricornio de gobernador civil. El Sr. Ministro de la Gobernación nos decía el otro día: ¡si supieran las oposiciones, si supiera el país los disgustos que yo he pasado por contrariar las exigencias de mis amigos! ¿Cree S. S. que es el único que ha tenido esos disgustos? ¿Cree S.S. que no he experimentado yo, que no han experimentado todos los Ministros liberales la presión de semejantes exigencias? Lo que hay es, que yo y los Ministros que conmigo han gobernado hemos tenido una firmeza que S. S. no ha tenido; lo que hay es, que yo, a pesar de eso, y durante cerca de cinco años, no he querido mandar de gobernador a provincia alguna a ninguno que fuera hijo de ella; lo que hay es, que yo, en el momento que un Diputado o un candidato me recomendaba a un gobernador para su provincia, aunque no fuera el recomendado hijo de esa provincia y aunque tuviera excelentes condiciones para ese cargo, le mandaba a cualquiera, menos a aquella para la cual me le habían recomendado; porque yo quería nombrar gobernadores, no instrumentos del caciquismo. Su señoría, después de esas amargas quejas y esos disgustos y esos sinsabores que sus amigos le han hecho pasar por sus exigencias, ha mandado nada menos que nueve gobernadores a otras tantas provincias de donde eran hijos, y ha llegado a mandar a determinadas provincias come gobernadores a personas que habían sido derrotados como candidatos en ellas.

Decidme que habrían de hacer los gobernadores en esas provincias donde tenían que ver constantemente a los electores que les votaran y a los que les habían derrotado.

Pero no ha bastado eso a S. S.; todavía ha inventado otro sistema; porque el Sr. Ministro de la Gobernación es muy sutil. Su señoría dijo: se dice que los caciques no deben ser gobernadores de sus provincias: pues voy a hacer otra cosa; voy a nombrar al cacique de una provincia gobernador de otra, y gobernador de ésta al cacique de la primera, con la condición de que el gobernador de la una saque Diputado al cacique de la otra. Sociedad de socorros mutuos electorales: privilegio de invención que yo desde aquí expido a favor del actual Sr. Ministro de la Gobernación, a pesar de su sentido jurídico.

Pues bien; ¿cómo habían de hacerse las elecciones en esas circunstancias, si el mal esencial de que adolecía el cuerpo electoral, si la base de todos los vicios, si el fundamento de todas las arbitrariedades en las elecciones estaba en la preponderancia del caciquismo, y ese caciquismo, en vez de aminorarse, se ha fomentado? Lo natural era que sucediera lo que ha sucedido: que el mal se agravara, come se ha agravado; porque a pesar de la nueva ley, porque a pesar del nuevo estado de derecho que se ha creado, estas elecciones han sido peores, peores, peores que todas las pasadas.

No hay más diferencia sino la de que antes teníamos la esperanza de que, procurando evitar estos abusos, los abusos se cortarían ; pero hoy sólo tenemos un desengaño mas, porque, a pesar de haber hecho todo lo posible para evitar esos abusos, éstos han continuado lo mismo. Y han continuado en circunstancias agravantes, puesto que para impedir los antiguos abusos que venían cometiéndose en las elecciones, se impuso en la nueva ley un castigo para que allí donde no se pudieran evitar éstos, se castigaran, y se castigaran por el Congreso, a fin de que, si la sinceridad electoral no se podía encontrar en el cuerpo electoral por las pasiones de partido, pudiésemos remediar aquí ese mal, demostrando para lo sucesivo a todo cacique, a todo candidato, a todo agente de la autoridad, que de nada servirían los atropellos y las violencias, porque acta que viniera aquí y en la cual no resplandeciese la libertad completa del elector, sería por nosotros anulada, come castigo a los agravios inferidos a la sinceridad del sufragio y como remedio para que en adelante no se cometieran. ¡Ah! yo estoy seguro de que si aquí hubieran encontrado castigo esas violencias, no se seguirían cometiendo en adelante; porque no se cometen violencias sabiendo que impunemente no se pueden cometer, y exponiéndose además a los rigores del Código penal.

¿Qué hemos hecho Sres. Diputados? Yo no quiero hacer mención de acta ninguna, ni siquiera en este momento de la de Ocaña; pero la verdad es, que ninguno de los preceptos legales se han cumplido, por lo menos en 60 ó 70 elecciones. Todas las violencias que se han cometido tienen su correspondiente castigo en el Reglamento de esta Cámara, que para vosotros ha sido letra muerta; ahí está muriéndose de pena al ver que nadie le ha hecho caso.

Se ha expulsado a los interventores de los colegios, no se ha admitido a los notarios en ellos, se han negado certificaciones, se han cometido falsificaciones y se ha retardado el envío de documentos a la Secretaría del Congreso. Pues bien; ¿qué se ha hecho para castigar todos esos abusos? Nada; os habéis limitado a decir: ¿se ha arrojado a los interventores de los colegios? Que se les arroje. ¿No se ha admitido a los notarios? Que no se les admita. ¿Se han falsificado las actas? Que se falsifiquen. ¿han venido aquí, las actas, no a los dos días, corno marca el Reglamento, sino a los quince, y algunas todavía no han venido? Pues que no vengan. Tened presente, Sres. Diputados, que todo eso, según el art. 19 del Reglamento, que es nuestra propia ley, determina de una manera terminante la gravedad de un acta. Vosotros habéis procedido como si no existiera este [783] artículo del Reglamento. Y esto es de gravísimas consecuencias, porque demuestra para el porvenir que los electores pueden cometer todas las tropelías que quieran, que lo importante es traer el acta, pues siendo el candidato ministerial, con seguridad se le proclama Diputado, a pesar de todos los horrores que puedan haberse cometido en su elección.

Además, esto tiene otra gravísima consecuencia, que es la siguiente: si los Diputados empiezan por faltar a la propia ley suya, ¿con qué derecho pueden exigir después respeto a los demás para las leyes que los Diputados hacen? ¿Es este el progreso que ha traído S. S. en estas elecciones? Pues ¡vive Dios! que S. S. no puede vanagloriarse de semejante progreso.

Dice S. S. que ha intervenido poco el Poder central en las elecciones, y que, en todo caso, por omisión es por lo que se le puede condenar. Pues bien, Sr. Ministro de la Gobernación; yo declaro que sería preferible que, en lugar de creer S. S. una buena política la de dejar hacer, hubiera puesto la mano sobre los gobernadores para que no hicieran lo que han hecho, para que no cometieran los abusos, las tropelías y hasta los delitos que han cometido; porque en muchas de las actas aprobadas hay reconocidos delitos cometidos por los gobernadores; eso sería mucho mejor. Aquí se me ocurre preguntar: ¿para cuándo guardará S. S. aquellos resortes de gobierno que manejaba tan diestramente en la oposición? No digo yo que los hubiera empleado para torcer la voluntad del elector, ni para mezclarse en la contienda electoral, porque no tiene para qué hacerlo; pero sí para meter en cintura a los gobernadores y para que hicieran lo que debían hacer. Para eso hubieran venido bien a S. S. aquellos resortes de gobierno, que no han asomado por ninguna parte; pero sin duda los tienen muy guardados, para que no se le estropeen y le sirvan cuando vuelva a la oposición.

Pues bien; ¿es cierto que en el acta de Ocaña el Gobierno no ha hecho sentir su acción? Yo no quiero hablar de otras actas, porque ya han sido aprobadas, pero lo haré de ésta, que no lo está, y recordaré las palabras elocuentes del Sr. Gamazo. De ellas resulta que un alcalde de una población cabeza de distrito y a la vez presidente de la Junta municipal del Censo, que había sido elegido por la corporación, ocurrido el cambio político, presintiendo sin duda este desgraciado los disgusto s que le iba a acarrear la nueva situación, presentó sus excusas, o lo que es igual para el caso, su renuncia a la corporación que le había elegido unánimemente. Aquella corporación, en vez de admitir la renuncia, le dio un voto de confianza. Esto pasaba cuando vino al poder el partido conservador, a principios de Julio. Pero este alcalde, Sr. Gamazo, no porque él no tuviera buenas condiciones para desempeñar el cargo, sino porque era necesario sustituirle con el hermano del candidato vencedor. He ahí cómo la acción del Gobierno no se deja sentir en el cuerpo electoral directamente, pero se lleva por conducto de los hermanos de los candidatos.

Llega un gobernador a Toledo, poseído de la más ardiente sinceridad electoral, y le inspira al señor Ministro de la Gobernación la peregrina idea de que, habiendo presentado sus excusas este alcalde a la corporación que le eligió, a pesar de que no le fueron admitidas, a pesar de que no se alzó contra la negativa, y a pesar de que no la reprodujo ante el Gobierno, debía considerarse la renuncia subsistente; y, dicho y hecho, el Sr. Ministro de la Gobernación, que alardea de no haber llevado su acción al cuerpo electoral, y que se tiene por Ministro formal, y que tantos y tan rudos anatemas nos dirigía a nosotros cuando estábamos en el poder, porque creía que no cumplíamos la ley, de la que él era esclavo, lanza una Real orden, porque larzar es, y no dictar, en la que se dice lo siguiente: " Vacante el cargo de alcalde, etc... vengo en relevar de él a D. Manuel Ortiz." ¿Se puede dar una Real orden semejante? ¿Y un Ministro que tal hace, dice que no interviene con su acción en las elecciones? ¡Ah! se conoce que S. S. no interviene cuando no quiere; pero ¡vive Dios! que cuando pone su mano en ella, va más allá que ningún gobernador y que ningún cacique.

Pero no para S. S. ahí. El gobernador, más cauto y no queriendo que el alcalde relevado de un puesto que no ocupaba, toda vez que estaba vacante; no queriendo que aquel pobre alcalde se enterara o supiera el absurdo éste, realmente no puedo calificarlo de otra manera, a no ser que lo llame superchería; no queriendo que conociera el absurdo que revelaba esa Real orden, en lugar de trasladársela, como era su deber y es costumbre, se limita a enviarle otra orden en la que le dice: "Habiéndose enterado el Ministro de las excusas que presentó usted en Julio, ha tenido a bien relevarle del cargo y nombrar al Sr. Goicoechea."

Este Sr. Goicoechea es persona muy digna, pero, al fin, hermano del candidato triunfante. ¿Le parece a S. S. que eso no es intervenir en las elecciones? ¿Le parece a S. S. que es esta una omisión? ¿Le parece a S. S. que puede decir que en nada ha intervenido? Eso es llegar hasta alterar la verdad de los hechos. Ni había semejante vacante, ni podía S. S. relevar a un alcalde de un cargo que no ocupaba, puesto que, según S. S. dice en la Real orden, estaba vacante.

Acción del Poder central Ya lo hemos visto; en todas las elecciones, lluvia de delegados, que no pueden ser nombrados más que por el Poder central, por el Sr. Ministro de la Gobernación; en todas las elecciones, suspensión de Ayuntamientos, que no pueden ser suspensos más que por el Poder central, en ciertas y determinadas condiciones. Pues todo eso lo ha tenido que hacer S.S. ¿Es que no lo ha hecho S. S.? ¿Es que, con una inercia que rayaría en la ineptitud, ha permitido S. S. que se haga sin su autorización y sin su conocimiento? Pues busque S.S. lo que mejor le cuadre, que ninguna de las dos cosas le han de cuadrar bien.

Pero se disculpa el Sr. Ministro de la Gobernación con que no es fácil extirpar en un día vicios arraigados. Claro está que no es fácil, ya lo sé yo; como sé también que es muy injusto exigir estos cambios radicales en los sistemas de gobierno, sobre todo en los sistemas electorales, de parte de los gobernantes, si no son eficazmente ayudados en su realización por los gobernados; todo eso lo sé. Pero eso mismo obligaba a S. S. a haber puesto más empeño en el planteamiento sincero del sufragio universal. ¡Ah! Su señoría hubiera podido evitar eso si hubiese querido evitarlo; en lugar de mandar de delegados a hermanos y parientes de candidatos para corromper la elección, debió procurar que los gobernadores [784] permanecieran neutrales en la contienda, sólo con el carácter que la ley que nos rige les concede, para hacer respetar a cada uno el derecho de los demás; hubiera S. S. hecho eso, y tengo por seguro que otro hubiera sido el resultado de las elecciones: y después de todo, si habiendo hecho S.S. esto no lo hubiera conseguido, todavía habría podido obtener ese mismo resultado aquí en el Congreso. Se nombró una comisión de actas, de la cual no he de decir una palabra; bastante trabajo tiene, y bastante carga le ha caído encima.

Tratándose del ensayo de una ley nueva, tan importante como la del sufragio universal, que establece un nuevo estado de derecho político, que introduce grandes transformaciones en el país, el Gobierno ha podido verse con esa Comisión de actas, no para recomendar ninguna, sino para decir a todos sus individuos de la mayoría y de la minoría, amigos y adversarios, porque tratándose de la sinceridad, del cumplimiento recto de las leyes, no debe haber adversarios ni amigos, para decirles: "No ha podido el Gobierno realizar sus propósitos; no ha podido conseguir que la sinceridad electoral sea un hecho; todavía hay vicios que extirpar: pues bien, el Congreso puede extirparlos, y vosotros estáis llamados a eso, puesto que vais a ser ponentes en la cuestión de actas: y yo, Gobierno, que tengo también el encargo de la vigilancia y cumplimiento de las leyes, desearé que el Reglamento del Congreso sea cumplido, y que toda acta de amigo o de adversario que no venga con las pruebas de la sinceridad electoral, sea desechada y nula, a fin de que se constituya el Congreso únicamente con aquellas actas que no tengan ninguna mancha." Abrigo la seguridad de que la Comisión hubiera secundado en este sentido los nobles propósitos del Gobierno, y aquí hubiésemos dado una lección a todos los conculcadores de la ley; aquí hubiéramos puesto el remedio a todos esos males; aquí habríamos hecho saber, para el porvenir, que no había un vicio que aquí pasase; que era necesario que en adelante la ley electoral fuera cumplida con honradez y sinceridad.

¿Es que el Gobierno no podía decir eso a la Comisión de actas, no a sus amigos sólo, sino a sus adversarios también, a toda la Comisión? Pues ¿no había de poder decirlo, si, en mi opinión, ha debido decirlo aquí el primer día de discusión de las actas? Después de todo, ¿cómo no ha de haber podido decirlo aquí ni a la Comisión, si se lo ha dicho a S. M. la Reina y ha hecho que S.M. la Reina nos lo diga a nosotros? De esa manera hubiéramos visto, por lo menos, los buenos propósitos del Gobierno; y si, después de todo, los vicios electorales no habían terminado de una vez, estaríamos en camino de que terminaran, y nos quedaría la esperanza que hoy nos ha hecho perder el Sr. Ministro de la Gobernación con ese progreso de que alardea tanto. Y no diga el Sr. Ministro de la Gobernación que otros Gobiernos hicieron más y que otros hicieron menos; porque precisamente para que no se volviera a hacer lo que se había hecho, precisamente para entrar en un nuevo período, en una nueva vida con el nuevo estado de derecho establecido, es para lo que hemos creado un gran organismo, un organismo nuevo que pueda darnos cuenta de las determinaciones de la opinión pública y ser expresión fiel de las manifestaciones de su soberana voluntad, que venga en apoyo del Poder moderador, además de venir en apoyo de la libertad. Y no es cosa, Sres. Diputados, de que en un momento lo arrojemos por la ventana y continuemos practicando las cosas como si no hubiéramos hecho obra a tanta costa, con tanto trabajo y a fuerza de tantos sacrificios levantada después de sesenta años de ensayos del sistema monárquico representativo. He dicho. (Muy bien.)



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